El apóstol San Juan, dirigiéndose al Obispo de Laodicea dice: “Sé de tus obras: que ni eres frío ni caliente: ojalá fueses frío ó caliente. Mas porque eres tibio, que ni eres frío ni caliente, te comenzaré a vomitar de mi boca”. (Apocalipsis, cap.III).
La malinterpretación que muchos católicos, (Jerarquía y fieles), hemos hecho del Concilio Vaticano II ha poblado a nuestra religión de un auténtico ejército de “católicos tibios” que, como dice San Juan, no somos ni fríos ni calientes, sino todo lo contrario. Cuenta el dicho popular que “El Demonio, cuando está aburrido, mata moscas con el rabo” y en esa tibieza de los católicos ha encontrado un auténtico filón para ejercer su trabajo; pero la verdad es que se lo hemos puesto bastante fácil en este caso.
Las ideas libertarias de la Revolución Francesa que, paradójicamente, sojuzgan al hombre porque lo hacen esclavo de sí mismo, no habrían llegado a puerto alguno a pesar de la incansable labor de la masonería si el germen del liberalismo no hubiese arraigado en determinados estratos de la sociedad. La labor del maligno no habría pasado de un mero experimento si no se hubiese encontrado con la pasividad del hombre a la hora de defender sus principios tradicionales. Ya el Papa León XIII en la Rerum Novarum decía que “no hay nada que envalentone tanto a los malos, como la cobardía y la pasividad de los buenos”. Sigue leyendo