Se blasfema contra Dios y su Iglesia, se insulta a los católicos y se profanan los templos católicos. Pero, no importa. En nuestra “sacrosanta” Constitución, se garantiza la libertad religiosa. Pero hay quienes dudan si se refiere sólo a la religión musulmana o también se refiere a la Católica.
Estamos sumidos en una crisis económica como no se había visto desde que en 1939 acabó aquella espantosa guerra de liberación del comunismo. Pero no importa. Tenemos una Constitución democrática que “nos hemos dados los españoles”.
La corrupción de la clase política española, es tan grade que es ya famosa en el mundo entero. Pero no importa. En España hay democracia.
Se practican al año miles de abortos de niños antes de que puedan nacer a la vez que se insulta y amenaza a los que defienden el derecho a la vida. Pero no importa. Con la actual democracia se respetan una gran cantidad de “derechos humanos” de casi todos.
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Los datos no están actualizados. Pertenecen a hace un par de años, cuando se publicó el libro La Casta. El increíble chollo de ser político en España” escrito por el periodista Daniel Montero y publicado por la Esfera de los Libros, que ya mencionamos en este blog. También falta en la lista el auténtico reguero de dinero público que va a parar a las arcas de los sindicatos (¿correa de transmisión del Estado democrático? Ummm…), que no se nutren precisamente de lo que aportan sus afiliados. E igualmente faltan datos de los aledaños de la Casa del Jefe del Estado, así como las explicaciones de la procedencia de la fortuna personal del propio Don Juan Carlos. Pero da igual, esta lista de cuarenta y dos es muy ilustrativa. Y a día de hoy, las cifras son aún más estremecedoras. Ya indicaremos aquí algunos apuntes de las corruptelas de la era ZP, donde los límites de la corrupción han alcanzado cotas estratosféricas, y que el Gobierno del Partido Popular no está en disposición de cambiar.
Que el resultado de las elecciones patitocráticas, que no democráticas, del pasado domingo en España estaba cantado es algo que estaba, de antemano, fuera de toda duda. Que “los peperos de la gaviota” se iban a llevar de calle a “los del capullo en la mano” era algo que nadie cuestionaba. Que lo hicieran de la forma aplastante en que lo han hecho también estaba dentro de lo previsible y sondeable. Que los unos celebrasen por todo lo alto su victoria desde el balcón de la madrileña calle de Génova y los otros tratasen de optimizar absurdamente su debacle desde los sótanos de la calle Ferraz era algo que todos los españoles esperaban ver por la tele. Que el lacio, soso, transparente y siempre políticamente correcto Rajoy diese un discursito lacio, soso, transparente y políticamente correcto era algo evidente. Que el ladino, sibilino y maquiavélico Rubalcaba compareciese agachando las orejas y pidiendo un Congreso Ordinario de su partido, (pero par/ti/do de verdad…) para irse cuanto antes con el rabo entre las patas también era esperable si se cumplían los pronósticos; de hecho, ya está la independentista catalana Chacón dando codazos y afilándose los dientes…
La Parrala, dicen que era de Moguer, y otros aseguran que era de La Palma…”. Así comenzaba la famosa canción española que nuestros padres y abuelos cantaron en muchas ocasiones y que, tras el paso de los años y sin ponerse nunca nadie de acuerdo, aún mantiene la incógnita de saber cuál fue el lugar de nacimiento de la famosa intérprete de aquél café-cantante… Esa es la misma impresión que me ha quedado antes, durante y después del “aplaudido” por todos los expertos, debate electoral que mantuvieron el pasado día 7 los candidatos de las, a pesar de los pesares, dos fuerzas de mayor peso del panorama político español.
No hace casi ni una semana que el Santo Padre visitó tierras españolas y desde las más viles cloacas de la “progresía” barata ya han salido voces altisonantes y malintencionadas contra él en su visita a España. Sus claras y evidentes palabras en el avión relativas a que “en España ha nacido también una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo como hemos visto precisamente en los años 30”, no han dejado indiferentes a los católicos y, menos aún, a los anticatólicos.