Oí decir en cierta ocasión que el correcto ejercicio de la actividad política es, desde el punto de vista cristiano, una obra de caridad. Aquello que en un principio me desconcertó, (a primera vista no entendí qué tenía que ver una cosa con la otra), con el paso del tiempo se fue consolidando hasta llegar a ser una premisa fundamental y básica en mi modo de entender la política.
Si partimos de la premisa de que la Caridad, como virtud teologal, es la viva expresión del amor del hombre para con sus semejantes como respuesta al Amor Divino, llegamos a la conclusión de que los cristianos tenemos la obligación de poner el amor en el centro de nuestras vidas. No es posible, por tanto, el ejercicio de la Caridad ni la vivencia del amor en un ámbito individualizado donde el hombre se auto contemple su propio ombligo. El Amor requiere un compromiso personal que demanda una entrega generosa tendente a paliar ó incluso a resolver las carencias del destinatario de nuestra caridad sin aguardar contraprestación alguna. Sigue leyendo