Es frecuente, que cuando fallece una buena persona, especialmente si es de manera trágica, los creyentes se pregunten ¿por qué lo has permitido Dios mío?
Sensu contrario, la plácida muerte de Carrillo, que en justicia debería haber muerto ocho mil veces antes en el garrote vil, nos hace formularnos la misma pregunta.
Al poco tiempo de su regreso a España, aunque gozaba secretamente de la alta protección de algún encumbrado amigo, El Àlcázar publicó este terrible testimonio sobre las fechorías de la "Hiena Roja".
Naturalmente D. Santiago no se querelló contra el periódico por difamación, pues todavía existían testigos directos, que aunque ya no podían serlo de cargo por haber prescrito el genocidio de Paracuellos, pondrían en dificultades a sus "encumbrados amigos" y al cometido que estos pensaban asignarle. Sigue leyendo