Obituario: D. Sixto de la Calle

Esta madrugada, a la edad de 99 años –cumplía 100 a finales de Julio- ha fallecido en su Jerez de la Frontera natal Sixto de la Calle.

De izquierda a derecha: D. Luis Hernando de Larramendi, D. José Herrera, D. Sixto de la Calle y D. Manuel Chacón en una presentación en Sevilla en 2010.


Viudo de Carmen Vergara, madre de sus 15 hijos, era una persona de fuertes convicciones religiosas y patrióticas. Había sido miembro del Tercio de Requetés Virgen de la Merced de Jerez, donde había conocido al mártir Antonio Molle Lazo, al que le tenía mucha devoción y hasta los últimos tiempos mantenía en alto la antorcha de su Causa de Beatificación. Carlista de corazón y convicción, como buen católico, no en vano decía Aparís y Guijarro, quién llegó al carlismo ya con los 60 años cumplidos, “dadme buenos católicos y hare buenos carlistas”, en los últimos tiempos había sido miembro del Consejo Nacional de la CTC.
Caballero sin tacha, querido por todos, no tenía más enemigos que los de Dios y España. Hombre emprendedor, jurista de reconocido prestigio, era el número 1 del Colegio de Abogados de Jerez.
Jerezano de pro, hizo todo lo que estaba en sus manos por el bien de sus vecinos, desde fundar un equipo de fútbol, el Jerez CD, hasta trabajar en la puesta en marcha del Consejo Regulador de Jerez.
Se ruega una oración por su alma y que el Señor le conceda el descanso eterno y su extensa familia el consuelo de haber tenido un hombre bueno entre los suyos.

DOMINGO FAL-CONDE, IN MEMORIAM

por Antonio Moreno Ruiz
 
Fal2Hombre Domingo, que me he enterado que te nos has ido. ¿Cómo se te ocurre irte tan joven? Porque no recuerdo exactamente cuándo nos conocimos, pero habida cuenta de que yo tengo ya treinta y cinco tacos, la primera vez que pude departir contigo hará, como poco, trece años, y quizá me quedo corto. Y ya entonces estabas más joven que yo. Siempre con esa sonrisa tan diligente de empática campechanía, siempre con ese talante de caballero simpático tan propio de nuestro querido sur de estampas cofrades y toreras; siempre con la humildad de recibir como hijo pródigo al recién llegado sin por ello caer en falsas modestias, derrochando el talento de la oratoria cuando la ocasión lo requería; siempre como una caja de sabias sorpresas, de anécdotas que podían ser serias o chispeantes según el momento. Porque siempre sabías estar. Porque siempre estabas.
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