El pasado 22 de enero tuvo lugar en nuestra sede una conferencia impartida por el catedrático de filosofía del Derecho D. Francisco Contreras sobre ideología de género. La conferencia tuvo un coloquio muy interesante y debatido entre el numeroso público que acudió a nuestras instalaciones, ya que el tema a tratar, a pesar de no poder llegar a hablar de él en toda su profundidad debido a lo complejo del tema, es de máxima actualidad. Sigue leyendo
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Tristeza
Están tristes los liberales, están tristes y asustados porque no han podido evitar que alguien más radicales que ellos lleguen al poder. No se acuerdan ya de cuando los radicales eran ellos y han olvidado que para llegar al poder lo hicieron siempre a punta de bayoneta, cuando no con la guillotina por delante como pasó en Francia, en aquella revolución liberal, madre de todas las revoluciones. Sigue leyendo
Partidos
Llevamos ya muchos años -demasiados- en que España emprendió un sendero en el que los partidos políticos se han adueñado, no sólo de la vida política en España, sino también de la social, cultural, moral, etc. Y ahora nos vemos como nos vemos, sumidos en plena crisis de la que no parece que se vislumbre una salida. La partitocracia tiene cogida la sartén por el mango y no hay forma de que lo suelte.
De aquellos polvos, estos lodos
“El matrimonio (…) primero es civil que religioso y antes un convenio y obligación de hombres que no un misterio y un sacramento (…). La utilidad social, el bien del Estado, el aumento y la prosperidad de sus familias, es el principio que debe gobernar en este punto; y como éste sea todo temporal, y en nada espiritual ni divino, ni en el origen, ni en las causas, ni en las personas, ni en el contrato, ni en sus frutos y efectos, el matrimonio es y debe tenerse, para decretar y establecer sobre él, como una cosa meramente terrenal y civil, dejando lo sobrenatural y religioso para los altísimos fines que Jesucristo tuvo presentes cuando, elevándolo a sacramento de su ley, se dignó de llamarlo grande y lo enriqueció con su gracia.”
Política y caridad (IV)
Que la Iglesia Católica condene el Liberalismo y todas sus secuelas no quiere decir que, de igual forma, condene a la política y a los encargados de ejercer el poder político. Generalmente, cuando la Iglesia, mediante su Magisterio, opina sobre cuestiones de índole social siempre se la suele acusar de “inmiscuirse en cuestiones políticas” cuando la realidad es precisamente la contraria. Son los propios ejercientes del poder político quienes se inmiscuyen en cuestiones de índole moral para legislar y legalizar cuestiones completamente amorales e inmorales. De ahí que no todo lo legal tenga que ser necesariamente moral.
Si, como decíamos en la primera parte de este artículo, la política es aquella actividad humana que tiende a gobernar en beneficio de toda la sociedad buscando para ello el bien común de la misma como expresión del amor del hombre con sus semejantes correspondiendo así al Amor Divino; es claro que el correcto ejercicio de la política conlleva unas dosis de Caridad que deben ser inherentes a la propia política. La ausencia de Caridad en la política liberal es precisamente el factor que lleva a los liberales a condenar a la Iglesia Católica cuando ésta ejerce su Magisterio al opinar sobre las cuestiones sociales. Y eso es lo que les duele porque, si bien necesitan de esas dosis de caridad, son incapaces de encontrarla dentro de su propio pensamiento. Sigue leyendo
Política y caridad (III)
Ese liberalismo de Rousseau, de Madame Staël, de Montesquieu, de Cavour e incluso de Robespierre es el mismo que el de Marx y de Hegel. El mismo de Lenin y de Stalin. El mismo de Cánovas y Sagasta. El de Churchill y Margaret Thatcher. El de Felipe González, Zapatero y Rubalcaba. El mismo de Suárez, Fraga, Aznar y Rajoy… Todos, absolutamente todos, se mueven como peces en el agua en esa corriente liberaloide que nació en los más sórdidos salones y logias de la masonería y que, con mayor ó menor virulencia tomó las calles del continente europeo al grito de ¡libertad!. Un modo de ejercer la política cuya forma ideal de gobierno es la República en los Estados pequeños y la Monarquía parlamentaria en los más grandes, que ya desde sus inicios mantuvo una sistemática persecución del Cristianismo y, en especial, de la Iglesia Católica con sus instituciones con una frívola desconsideración e incluso una imitación burlesca del orden moral divino.
Este liberalismo es hijo de la Masonería y padre, a su vez, de otros muchos movimientos derivados de él como el Socialismo, el Comunismo, el Anarquismo, la Social Democracia Radical de Marx, la Monarquía Parlamentaria ó Constitucional y la “democracia moderna al estilo occidental”. De todos ellos, el Anarquismo es el más genuino exponente, mientras que todos los demás no son sino máscaras más o menos adulteradas y agradables en cuyo reverso late un fondo visceral y revolucionario. Ni que decir tiene que en ninguno de ellos existe la más mínima expresión de Caridad en el ejercicio del poder político en tanto en cuanto niegan la presencia de Dios en el ejercicio de la política. Para sustituir el concepto de Caridad, los gobiernos liberales inventaron otros conceptos como el de filantropía y el de solidaridad. Cualquier cosa antes de tener a Dios presente en las instituciones y en la forma de ejercer la política. Sigue leyendo
Política y caridad (II)
Desde que el nacimiento del liberalismo como forma “democrática” de lucha contra los absolutismos imperantes en la vieja Europa acabara con las formas propias de hacer política de cada nación, todas ellas volvieron su mirada a esa nueva panacea de forma de ejercer el poder político. Para ello, gran parte de los intelectuales de la época se sirvieron de la profunda incultura y el analfabetismo de un populacho ávido de modernidades y, en algunos casos (es el caso de la Francia revolucionaria), cansados de un modo de vida donde el Despotismo Ilustrado había relegado al ostracismo a la propia voluntad popular. Era aquello de “todo por el pueblo pero sin el pueblo”.
Alimentados de ese veneno revolucionario donde se exaltaba el individualismo del hombre sobre el bien común de la sociedad, los llamados “representantes del pueblo” comenzaron a ejercer un tipo de poder político que, poco a poco, se fue alejando del propio sentir público. Con el disfraz de la soberanía popular, de la defensa de las libertades y de los derechos individuales de pensamiento, conciencia y asociación, de la división de poderes, de la libertad de prensa y opinión y de la ordenación del régimen político mediante una Constitución que encarnase a la soberanía nacional; el propio pueblo se fue auto sometiendo a un modo de ejercer la política donde el más mínimo atisbo de caridad comenzó a brillar por su ausencia. Sigue leyendo
Modas liberales (VI)
Que la doctrina liberal es esencialmente atea poca duda admite. No obstante, los liberales, en sus repipis contradicciones, van a intentar servirse de la religión como un elemento exterior “culturalista”. Por eso, no es extraño que los liberales intenten hacerse perdonar leyendo la basura del código Da Vinci y luego sean los primeros empeñados en pasearse por las cofradías en Semana Santa, o en el Rocío, o en cualquier festividad católica, bien relucidos y engominados de cara al público. Es como aquellos que en el siglo XIX se dejaban ver en Misa después de haber subastado en plan compadre fincas desamortizadas acordadas en la logia.
Los liberales nos acusan de querer “politizar a la Iglesia”, es decir, nos pretenden endilgar lo que ellos llevan haciendo desde que manipularon las Cortes de Cádiz. Luego vendrá la “política de sacristía” de los democristianos, que consideran a la democracia revolucionaria como una especie de instrumento sacralizado que durará hasta el fin de los tiempos sin más razón que su iluminismo sectario. Siempre han querido que la Iglesia fuera un instrumento al servicio de su Revolución, por eso nunca dejaron de admirar las “iglesias” nacionales de los protestantes; para encima querer darnos lecciones de “pureza primitiva”.
Como vemos, las modas liberales no son si no estrambóticas síntesis de errores bastante anquilosados. Por la contra, combatir con fe y razón constituye nuestro ser.
Marquês de Almedina