Cuento para niños de 30 años

Había una vez un país muy lejano que, tras una cruenta guerra, estuvo treinta y seis años gobernado por un dictador que, aunque dictador, con sus pros y sus contras, había mantenido la paz en todo su territorio, había conseguido que sus habitantes viviesen en relativa armonía trabajando a una por levantar su diezmada sociedad y había preparado como sucesor a un “delfín” que creía formado a su imagen y semejanza.

            A la muerte del dictador, la Revolución no perdió el tiempo e impuso en el país un nuevo sistema de gobierno llamado “democracia”, sistema partitocrático donde los valores morales comenzaron a brillar por su ausencia. Antiguos consejeros del dictador difunto abandonaron los uniformes que los identificaban con el extinto régimen y se zambulleron sin pudor alguno en los vericuetos del nuevo sistema. El terrorismo nacionalista comenzó a machacar a las fuerzas de orden público. La moralidad legislativa empezó a hacer aguas por todos los flancos. Los líderes revolucionarios exiliados retornaron con la misma fuerza con que, cobardemente, habían abandonado el territorio patrio. Algunos líderes religiosos hicieron al pueblo relajar sus piadosas costumbres de antaño y parte del ejército renegó de su antigua obediencia para mostrar fidelidad al nuevo sistema de gobierno. Para colmo, el “delfín” heredero cometió perjurio sobre todo lo que había jurado en vida del difunto dictador, amoldando su nuevo status a su propia conveniencia y a la de la Revolución. Todos parecían muy felices mientras los cimientos morales del país se desmoronaban poco a poco sin remisión. El pueblo, inculto y ajeno como siempre a los vaivenes del poder, sonreía ante la irreal libertad de la que creía hacer gala. Todo era nuevo y todo era bienvenido por muy grotesco y absurdo que pareciese. Y el “delfín” lo firmaba todo. Sigue leyendo

Contradicción

En estos momentos por los que atraviesa España donde ya nada es verdad ni es mentira, día a día nos encontramos con múltiples contradicciones; es más, podríamos decir que vivimos inmersos en una auténtica contradicción. Nos referimos en esta ocasión a la actitud demostrada por Don Juan Carlos de Borbón con motivo de la celebración del día del Apóstol Santiago, (por cierto, Patrón de España). De chaqué, su esposa de mantilla, accediendo a la Catedral de Santiago por el Pórtico de la Gloria, asistiendo a la Misa celebrada en honor del Apóstol, haciendo la Ofrenda de España al Santo y dándole el tradicional abrazo en señal de gratitud por las Gracias concedidas a lo largo de la Historia de esta Nación. Pidiéndole Su intercesión ante Dios nuestro Señor “para que España se sobreponga a las dificultades y resuelva los problemas” que sufre e implorándole que “ilumine a las autoridades para que sirvan con generosidad al interés general y favorezcan siempre la cohesión y el entendimiento entre todos”. Sigue leyendo