Nunca me ha gustado hacer publicidad gratuita de nada ni de nadie y menos aún si sé que esa publicidad va a levantar cualquier tipo de ampolla que pueda hacer sentir simpatías ó animadversiones hacia el publicitado. Nunca ha querido atacar a quien he podido considerar como un potencial aliado en determinadas circunstancias y momentos. Jamás he creído conveniente ni acertado tirar piedras sobre el tejado de quien, en posibles ocasiones, pueda llegar a trabajar codo con codo con nosotros en la defensa de nuestro Ideario y de nuestro programa político aún cuando esa persona ó esa entidad no comparta al cien por cien la doctrina carlista. Quizás por ello, aún condenando “decretos unificadores” del pasado, todavía hoy no haya llegado a entender por completo las rivalidades y los “despellejamientos” entre quienes han sido compañeros de viaje en alguna causa común.
Ahora bien, todo tiene un límite y un punto de inflexión cuando te sientes reiteradamente menospreciado, atacado e, incluso, insultado en público. Me estoy refiriendo a determinadas posiciones y comentarios que, de manera directa e indirecta, hemos tenido que soportar los carlistas cuando hemos manifestado nuestra presencia en actos cuya defensa forma parte de forma intrínseca de lo que es nuestra Doctrina. Y entro de lleno en el asunto: Sigue leyendo