DOMINGO FAL-CONDE, IN MEMORIAM

por Antonio Moreno Ruiz
 
Fal2Hombre Domingo, que me he enterado que te nos has ido. ¿Cómo se te ocurre irte tan joven? Porque no recuerdo exactamente cuándo nos conocimos, pero habida cuenta de que yo tengo ya treinta y cinco tacos, la primera vez que pude departir contigo hará, como poco, trece años, y quizá me quedo corto. Y ya entonces estabas más joven que yo. Siempre con esa sonrisa tan diligente de empática campechanía, siempre con ese talante de caballero simpático tan propio de nuestro querido sur de estampas cofrades y toreras; siempre con la humildad de recibir como hijo pródigo al recién llegado sin por ello caer en falsas modestias, derrochando el talento de la oratoria cuando la ocasión lo requería; siempre como una caja de sabias sorpresas, de anécdotas que podían ser serias o chispeantes según el momento. Porque siempre sabías estar. Porque siempre estabas.

Fueron unos cuantos viajes juntos por tierras de Aragón y Castilla. ¡Y hasta Roma! Como para olvidar aquel viaje a la Ciudad Eterna, hasta ahora, la única vez en mi vida -hasta ahora-. ¡Y compartí el viaje contigo, entre otros! ¡Qué orgullo! Y es que tú estabas siempre donde había que estar, moviéndote más rápido que todos los entusiastas jovenzuelos. Tú siempre dando la cara, siempre presente, siempre dispuesto, siempre caritativo. Y qué decir de los recuerdos de nuestras reuniones, empezando por el local de la calle Jovellanos, aquella calle que anticipa el olor a incienso de la Semana Santa y también nos riega los paladares con vinos y tapas; lugar que siempre me recordará a Aurelio Barrau, que como otros tantos carlistas, comparten contigo la morada celestial. ¡Y tu padre! Que se dice pronto tu padre, Domingo: Don Manuel Fal-Conde. ¡Lo que me hubiera gustado conocerlo! Tu padre, aquel prohombre que se enfrentó a Franco cuando estaba vivo y al que un cacique comunista le quitó la calle en una de las zonas más humildes de Sevilla… ¡Esa es la memoria histórica de los progres y también la de los que callan y otorgan! En fin, tu padre, querido correligionario; el mismo gran adalid tradicionalista cuyo nombre pronunciado ya te iluminaba los ojos. De él heredaste, entre otras muchas virtudes, la gallardía y la generosidad que desprendías con ese porte como de otro tiempo, porque en verdad, de otro tiempo son los hombres de vuestra categoría, de un tiempo que se adelanta a la eternidad.
¿Pero qué vamos a hacer sin ti, hombre? Mira que os vais los mejores y, contradiciendo a Bécquer, los vivos nos quedamos muy solos. Que esto está todo muy decadente, que no pinta nada bien lo que se viene, y eso que todavía no hemos tocado fondo… Que contigo me cercioro de que se nos va la última gran generación de españoles. Que lo que está quedando, vaya tela…
Cuando se fue tu querida esposa, esa gran señora que fue Encarna, ah querido maestro y amigo, pensé que los hombres no somos buenos del todo para el sufrimiento. Siempre recuerdo que mi abuelo materno, fue morir mi abuela y pegar un bajonazo que en un año y tres meses lo llevó a la tumba, siendo un hombre a priori sano. Y no es el primer caso que he visto.
Pero lo dicho: ¿Qué vamos a hacer sin ti? ¿Tú sabes el vacío que siento, que me cala hasta el alma?
Te reías mucho conmigo porque tenías la benevolencia de no reírte de mí, cuando lo podías haber hecho con toda justicia. ¿Te acuerdas de cuando no me quise lanzar en aquella capea de El Ronquillo escudándome en que se podrían burlar de mí llamándome torero cigüeño por mi estatura? Y eso después de que me hablaras de tus recuerdos de los forcados, en una formidable pronunciación portuguesa. Je, no tenía miedo yo ni nada Domingo… Nuestro Juanma al final se lanzó, pero yo me quedé mejor en la barrera. Y es que como Juanma, el tuyo era un tradicionalismo íntegro e integral, porque te gustaba la tradición de a bordo, hasta llegar a sublimarla doctrinalmente con Vázquez de Mella y todos los grandes que nos precedieron.
¡Anda que si me vieras ahora con la guayabera por Lima! La camisa cubana, que se ha dicho siempre. Que ya está bien de tantas modas horteras y tantas chorradas. ¡Anda que no tiene que quedar bien la boina roja con la guayabera! De momento le he puesto una cinta cuatrovitera a un sombrero que gasto porque el sol de los Andes parece que rebota en el Pacífico y este sol no es como el que tenemos allá, que el de allá es el sol que nos pide una Cruzcampo; este es de una fuerza que cualquiera lo aguanta… Con todo y con eso, bajo este sol también ha hecho su vida el amigo Alberto Gil Dauphin, a quien he tenido el gusto de conocer, y quien también parece más joven que yo.
Yo, pues, como siempre… Con tu hija Rocío me he ido comunicando por las redes sociales. Y las visitas que he hecho allí, al final se me quedan mil cosas pendientes, porque sólo en el pueblo me llevo una hora para atravesar la calle Larga a base de saludos y abrazos… ¡Pero mejor así! Lo malo sería que me tiraran piedras. ¡Qué alegría ser bien recibido en el terruño! Y con todo y con eso, el último viaje fue con mi hija… ¡Imagínate, Domingo, yo de papá por la vida! Y ya cuando se viaja con niños sí que es otro nivel. ¿Pero sabes qué? Que de este último viaje saco la conclusión de que he de volver a la patria sí o sí. No sé cuándo, pero volver, lo que se dice volver, volveré, como dijo Carlos VII.
Domingo: Referente, amigo… ¡Hasta ídolo! Aunque no te gustara que te hubiera llamado así. Siempre estarás presente en mi corazón. Siempre serás un referente del carlismo. «Siempre» es una palabra que va contigo, querido campeón de la tradición, espejo de lealtad y modelo a seguir. Así que hasta siempre, querido Grande de España. Que Dios Nuestro Señor te acoja en su santa gloria. Y vayan por ti estos versos:
 
A LA MEMORIA DE DOMINGO FAL-CONDE
 
¿Qué es la tradición?
¿Quién lo pregunta?
 
La tradición es el pasado en marcha.
Lo que no es tradición, es plagio.
Lo que no es tradición, ha de ser traición.
 
La tradición se vive,
más que se barrunta.
 
Sin tradición no hay progreso.
La tradición es el futuro.
La esperanza es la tradición.
 
No es el pasado parado.
Es la cuna y es la tumba.
 
Domingo Fal-Conde Macías:
¡Por Dios, por la Patria y el Rey,
con la fuerza del honor!
 
La tradición viviste
como Dios manda. Y Dios ayuda.
 
Tu andante caballería,
de fe y magnanimidad,
en pro de una auténtica restauración,
hemos de seguir por derecho,
con devoción fecunda.
 
Porque tú, Domingo, no eres del pasado,
sino de la tradición expresada
con la santa y justa paz del luchador.
 
Borgoñona y roja y gualda
es la senda que tú nos alumbras.
 
¡Domingo, y ahora ve a la Casa del Padre,
y guíanos como puedes y sabes,
por el camino de la resurrección!
 
 
 
Requiem aeternam dona ei Domine.
Et lux perpetualuceatei.
Requiescat in pace.
Amen.

Un comentario en «DOMINGO FAL-CONDE, IN MEMORIAM»

  1. Enhorabuena por este emotivo texto. La verdad es que como Domingo Fal nos encontraremos muy pocos a lo largo de la vida. Extraordinaria persona, y genio y figura

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