Mucho se ha escrito y se seguirá escribiendo, desde que el ya Papa Emérito Benedicto XVI anunciase su renuncia a seguir sentándose en el Trono de Pedro, sobre los motivos que llevaron al entonces Papa a renunciar a la Tiara Pontificia. Mucho se seguirá escribiendo también sobre la personalidad de sus futuros sucesores, sobre las necesidades actuales de la Iglesia Católica y sobre el perfil necesario para que el nuevo Papa dirija los designios de la Iglesia en este tercer milenio. En todo ello habrá siempre una pequeña parte de verdad y un mucho de literatura barata producto de la fantasía de la prensa y de los que se autodenominan “expertos vaticanistas”.
Tengo que decir que la decisión de Benedicto XVI de renunciar a seguir llevando el Anillo del Pescador me ha causado un enorme estupor. Me imagino que como al resto de los fieles católicos, sobre todo si dicha decisión no se repetía desde hace más de cuatro siglos en la Iglesia Católica. Siempre hemos estado acostumbrados a que la sucesión pontificia viniese sobrevenida por la muerte del Papa reinante, pero hemos de reconocer que es un hecho regulado en el Derecho Canónico y que no hay nada anómalo en ello, aunque sí sea un hecho poco frecuente. Ahora recuerdo cómo, en su momento, todo el orbe católico aplaudía la decisión de Juan Pablo II de no “bajarse de la Cruz” y de permanecer al frente de la Iglesia hasta que fuese llamado por el Padre. Esos mismos fieles que antaño aplaudían la decisión del Papa Magno, ahora aplauden también, y con el mismo convencimiento, la decisión de renuncia del Papa Emérito. Personalmente y contemplada la cuestión desde la miseria de mi pobre humanidad, no puedo aplaudir con el mismo convencimiento las antagónicas posturas de ambos pontífices. Como el Cardenal Dziwisz, me siento más unido a la muestra de sacrificio de Juan Pablo II que a la de Benedicto XVI, aunque ambas sean igualmente loables y comprensibles ya que, si en un principio creía entender que si el Espíritu Santo intervenía en la elección del Papa en los cónclaves, el Papa debía morir activo; hoy puedo llegar a entender que, posiblemente, también el Espíritu Santo pueda intervenir en la decisión de la renuncia Papal. Por eso, independientemente de mis interpretaciones personales, he de reconocer que “Doctores tiene la Iglesia” y que “Dios escribe derecho con renglones torcidos”, así que si el Papa ha renunciado será por algún motivo más que justificado y bendecido por el Espíritu Santo.
No creo en todo lo que se está escribiendo estos días sobre la lucha de poder de algunos cardenales en la sucesión del nuevo Pontífice. No creo en las “luchas vaticanas” ni en las “intrigas de la Curia”. Puede que en un pasado lejano, estas luchas de poder existiesen, pero me aventuro a asegurar que el tiempo que permanezca el nuevo Papa electo en el “cuarto de las lágrimas” será en esta ocasión mayor que el que ocuparon en él muchos de los Pontífices que rigieron los designios de la Iglesia Católica en el pasado. Y esto lo digo por muchos motivos: porque el Mundo de hoy está sumido en el relativismo, en el ateísmo, en la tibieza de la práctica religiosa, en la seducción de los placeres de todo tipo, en el egoísmo, en los intereses económicos y políticos, en la relajación de las sanas costumbres, en la negación sistemática de la Verdad, en una palabra: el Mundo está sumido en el Mal. Y contra este Mal será contra el que tenga que luchar el nuevo Papa y, detrás de él, toda la Jerarquía eclesiástica y todos los fieles laicos.
¿Cómo será el nuevo Papa?. No lo sé. Ya nos enteraremos. Me gustaría que fuese otro “Cardenal Wojtyla”, con la misma edad con la que él fue proclamado, con la misma intensidad, con la misma seguridad doctrinal, con la misma firmeza de carácter y, lo que es importantísimo, con la misma colaboración, asesoramiento y apoyo incondicional de otro nuevo y renovado “Cardenal Ratzinger” que lo acompañase en su Pontificado. Este es mi deseo y mi confianza y no creo que haya nada malo ni peligroso en manifestarlo públicamente aunque he de reconocer que salga quien salga elegido en el nuevo cónclave, será siempre el mejor Papa que pueda dirigir la barca de Pedro en los momentos actuales. Al Papa no lo elige el Espíritu Santo. Lo eligen los cardenales con la inspiración del Espíritu Santo y ante eso, de nada vale especular en la calle, ni en los medios, ni en nuestros ambientes más privados. Ante eso, los fieles laicos no podremos “quitar ni poner Rey”, sino únicamente “servir a nuestro Señor”.
Aprovechemos por tanto estos días para la oración, para pedir y rogar a Dios por las intenciones de los cardenales electores, para que el Espíritu Santo guíe las deliberaciones del Cónclave, para que la Verdad esté presente e ilumine con Su presencia las votaciones cardenalicias, para que Dios le dé el carisma, el vigor y la fuerza física necesaria al nuevo Papa electo para poder afrontar con valor y seguridad los retos que habrán de presentársele y nos dé a nosotros la confianza y la tranquilidad para que, salga elegido el cardenal que sea; sea filipino, canadiense ó italiano, joven ó mayor, teólogo ó filósofo, seamos conscientes de que siempre será NUESTRO PAPA al que, como tal, mostraremos nuestra obediencia y sumisión como siempre hicimos los católicos, en general y los carlistas, en especial. Que sea lo que Dios quiera.
Manuel Nieto de Nevares