Contra el europeísmo

Ni puedo ni quiero ni debo ser europeísta. "España y yo somos así, señora", que dijo un genio. Y menos de la Europa de Westfalia, que se confirmó en criminosos engendros desde Cromwell a la guillotina francesa.

¿Que hubo un día en que la Cristiandad se confundió con Europa? Sí, cuando el Viejo Continente miraba a Tierra Santa con todas sus fuerzas.

Yo soy español, español de Andalucía, español por andaluz y andaluz por español, no me “entretengo” en engañosos galimatías, y por ende defiendo la Hispanidad. Y porque soy hispanista, no puedo ser otra cosa que lusófilo y (hispano)americanista, amén de tremolar muy alta la bandera de mi raza. Porque pienso y creo que el camino español no tiene pérdida posible desde los romanos tiempos, y que éste se encuentra por ventura en la fuerte alianza con Portugal y nuestra América, en recuperar Gibraltar y en no descuidar la costa norteafricana como nuestra natural orilla. Y eso es lo que más temen y odian nuestros enemigos de siempre, por más que estemos en nuestras horas más bajas. Nunca querrán a España y Portugal aliados de verdad, ni menos con el Ultramar. Tanto a España como a Portugal se lo han venido dejando claro en estos últimos siglos.

Y no hablo de lo europeo como un hecho geográfico o demás “hechos mundanos”; hablo del europeísmo como basura ideológica y, como consecuencia lógica, como política suicida que nos está llevando a ser un museo muerto. Por eso, ni puedo ni quiero ni debo ser europeísta. Ni menos de esa Europa hija de Calvino y Voltaire que tan mala voluntad nos tiene, esta Europa de mercachifles cleptómanos y burócratas vagos, esta Europa cobarde que cede el Kosovo a la mafia narco-mahomética y que favorece a Turquía y a Marruecos; esta Europa de crisis socioeconómicas terribles, esta Europa postmoderna que ni sabe a dónde va ni de dónde viene, y que no es más que un pelele manejado por el Gran Gringo, cuyo mesianismo anglo-protestante nos está llevando al abismo.

Por eso, en estos días de tan negros nubarrones, apelo al cofre sagrado de la tradición cuya sublime doctrina más ha perdurado e influenciado, y es una guía reveladora para el auténtico progreso, para no perder más buenas oportunidades. Hay que definirse y dejarse de abstracciones, basta ya de complejos de inferioridad, leyendas negras e iluminismos: España debe mirar hacia adelante sin dejar de seguir la experiencia de su esencia. ¡Ahora!

 Duque  de Monte Gordo.

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