In memoriam: José Escobar

Hay hombres que con su bagaje intrahistórico construyen la existencia de un país. Ese fue el caso de José Escobar Gutiérrez, mi vecino de toda la vida.

Nacido el 9 de julio de 1909 en Bollullos de la Mitación (Sevilla), siempre tuvo algo claro: Él era un hombre de la Iglesia. Alimentada la fe desde la cuna, continuó el familiar oficio de la barbería.

José decía verdaderamente que él no tenía “intereses políticos”. Como tantos del pueblo, fue encarcelado por el Frente Popular. ¿El motivo? “Oler a incienso”. Así estaban las cosas.

Tras salir de aquel amargo trance, no vaciló mucho y se alistó en el Requeté como otros tantos aljarafeños. “A las órdenes de don Enrique Barrau Salado, comenzando en el Pabellón de Argentina. Antonio, ¿dónde iba yo a estar mejor?”, remarcaba.

Imposible resulta olvidar su entrañable recuerdo: En la puerta de mi casa, en Misa, cuando yo era niño y me animaba a que cogiera la cesta para la colecta, en aquellas fructíferas conversaciones que mantenía con mi padre, tantas veces de puerta a puerta; siempre con una sonrisa hasta cuando tenía que amonestar; o con su elegante sahariana en el día del Pilar.

Ya por últimas José se partió la cadera, y una de las penas más grandes que tenía era la de no poder ir a la vecina iglesia de San Martín de Tours. De vez en cuando, cuando le llevaba algún motivo carlista, sus limpios ojillos de esperanza latían alegres mientras decía: “Todavía quedan tradicionalistas”. “¡Y lo que nos queda José!”, le respondía yo, mientras me señalaba el arcón donde guardaba su boina roja.

 José contaba historias de la guerra, de cuando estuvo en los frentes de Córdoba y Granada, mientras que de vez en cuando entonaba alguna canción: “Adelante boina roja, por la fe y el ideal”, era de sus preferidas, como el “Oriamendi”. Su participación en el pueblo en la obra El divino impaciente de Pemán la recordaba con una frescura impresionante. Le preguntaba datos sobre mis bisabuelos y él me los proporcionaba con esa memoria fotográfica que hasta el fin le acompañó.

Después de la guerra pasó lo que ya sabemos y José fue un hombre que sin “ambiciones” siempre sirvió a su pueblo, nunca con rencores ni revanchismos, sin renunciar a su temperamento como católico padre de familia, rezumando sabiduría en su plateada cabellera.

Dios se lo llevó el 24 de octubre de 2005, cuando contaba 96 primaveras. Su hijo Juan Jesús, viva estampa de él, me dijo “Antonio, nos quedamos sin el vecino”. Sí que es verdad, ¿pero y lo que gana el Reino de los Cielos?

José Escobar es uno de tantos que, sin comulgar con el odio, quedan excluidos por la pseudomemoria histérica. Creo que es precisamente por eso. Pues por eso mismo –valga la redundancia- su memoria no merece ser apagada.

¡Adelante boina roja, por la fe y el ideal!

 

 A ntonio Moreno Ruiz

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