Política y caridad (III)

Ese liberalismo de Rousseau, de Madame Staël, de Montesquieu, de Cavour e incluso de Robespierre es el mismo que el de Marx y de Hegel. El mismo de Lenin y de Stalin. El mismo de Cánovas y Sagasta. El de Churchill y Margaret Thatcher. El de Felipe González, Zapatero y Rubalcaba. El mismo de Suárez, Fraga, Aznar y Rajoy… Todos, absolutamente todos, se mueven como peces en el agua en esa corriente liberaloide que nació en los más sórdidos salones y logias de la masonería y que, con mayor ó menor virulencia tomó las calles del continente europeo al grito de ¡libertad!. Un modo de ejercer la política cuya forma ideal de gobierno es la República en los Estados pequeños y la Monarquía parlamentaria en los más grandes, que ya desde sus inicios mantuvo una sistemática persecución del Cristianismo y, en especial, de la Iglesia Católica con sus instituciones con una frívola desconsideración e incluso una imitación burlesca del orden moral divino.

            Este liberalismo es hijo de la Masonería y padre, a su vez, de otros muchos movimientos derivados de él como el Socialismo, el Comunismo, el Anarquismo, la Social Democracia Radical de Marx, la Monarquía Parlamentaria ó Constitucional y la “democracia moderna al estilo occidental”. De todos ellos, el Anarquismo es el más genuino exponente, mientras que todos los demás no son sino máscaras más o menos adulteradas y agradables en cuyo reverso late un fondo visceral y revolucionario. Ni que decir tiene que en ninguno de ellos existe la más mínima expresión de Caridad en el ejercicio del poder político en tanto en cuanto niegan la presencia de Dios en el ejercicio de la política. Para sustituir el concepto de Caridad, los gobiernos liberales inventaron otros conceptos como el de filantropía y el de solidaridad. Cualquier cosa antes de tener a Dios presente en las instituciones y en la forma de ejercer la política.

            Evidentemente, la maquinaria propagandística de estos nuevos modelos políticos hicieron mella en gran parte del pueblo que aún conservaba vivo en su ser el concepto político del antiguo régimen. Para no ser considerados como “políticamente incorrectos”, surgió un nuevo concepto almibarado, adulterado y viciado desde su origen mucho más peligroso que la radicalidad revolucionaria: el Catolicismo Liberal. Esta corriente, que después derivaría en la Democracia Cristiana, tiende a ciertas reformas en la doctrina eclesiástica y en la disciplina de acuerdo con la teoría anti-eclesiástica protestante liberal y la “ilustración” atea de este tiempo. Defiende una amplitud en la interpretación de los dogmas, descuido en las normas doctrinales de la Iglesia Católica y simpatía hacia el Estado aún en sus decretos contra la libertad de la familia y de los individuos para el libre ejercicio de la religión. El Catolicismo Liberal es, como decimos, la más peligrosa y dañina forma de hacer política y el estilo más nauseabundo de adulteración de las verdades dogmáticas en beneficio de la revolución “modernista”.

            Como vemos, el abanico liberal es amplísimo: desde el anarquismo más visceral pasando por el bolchevismo hasta llegar al comunismo, socialismo, marxismo, república, monarquía parlamentaria, social democracia y democracia cristiana. Hay para todos los gustos, desde la ausencia de poder político que proclama la anarquía hasta los totalitarismos más furibundos de la Rusia comunista pasando por la adulteración católico-liberal. Todas estas tendencias políticas provienen del liberalismo y, por tanto, descienden por línea directa de la acción masónica. En todas ellas, la ausencia de Dios a la hora de ejercer el poder político es manifiesta, por lo que la Caridad en el ejercicio de estas actividades políticas es algo totalmente inexistente.

            Es por ello que numerosos Papas de la Iglesia Católica han condenado al Liberalismo. Ya Gregorio XVI, en su Encíclica “Mirari vos”, de 1.832 condenaba al Catolicismo Liberal. Pio IX en su Encíclica “Quanta cura” y el Sillabus adjunto de 1.864, denunciaba igualmente esta forma de hacer política. La Constitución “De fide” del Concilio Vaticano I condenaba al Racionalismo y al Naturalismo (1.870). La definición de la infalibilidad papal por el Concilio Vaticano I fue, virtualmente, una condenación expresa del liberalismo. Las Encíclicas de León XIII (“Sobre los males de la sociedad moderna” y “Sobre las sectas del Socialismo, Comunismo y Nihilismo” de 1.878, “Sobre la filosofía cristiana” de 1.879, “Sobre el matrimonio” de 1.880, “Sobre el origen del poder civil” de 1.881, “Sobre la Masonería” de 1.884, “Sobre el Estado Cristiano” de 1.885, “Sobre la libertad humana” de 1.888, “Sobre los principales deberes de un ciudadano cristiano” de 1.890, “Sobre la cuestión social” de 1.891, “Sobre la importancia de la unidad de la fe y la unión con la Iglesia para la preservación de los fundamentos morales del Estado” de 1.894, “Sobre la persecución de la Iglesia en todo el Mundo” de 1.902) condenaban todo tipo de liberalismo político. Pio X volvía a condenar al liberalismo en Decreto de la Congregación de la Inquisición, de 1.907.

            Evidentemente, quien niega la mayor, está negando a su vez la menor. Por tanto, quien condena al Liberalismo, está condenando implícitamente y por analogía, todo tipo de política derivada de las tendencias liberales en cuanto hijas bastardas de una propia ideología bastarda. No nos cabe duda, por tanto, que el Sistema Político basado en la “democracia moderna al estilo occidental” no es la mejor de las formas de política si de verdad se tiene uno por católico convencido.                                (Sigue…)         

     Manuel Nieto de Nevares          

2 comentarios en “Política y caridad (III)

  1. Pingback: Anónimo

  2. Antero do Quental, poeta portugués del siglo XIX, cuya cuna fue la isla de San Miguel (Açores), no obstante su socialismo, irguió la voz en defensa de la encíclica ‘Quanta Cura’, de S.S. Pío IX, en términos durísimos y de los cuales destaco los siguientes:
    «Servir a Deus e servir o mundo — ter um corpo para as venturas da terra e uma alma para as recompensas do céu — a liberdade na vida para nos afagar o orgulho de homem e, além da morte, a fé que dissipe os terrores do crente — ser cristão quanto baste para iludir a rectidão do Juiz na hora do julgamento e, em tudo o mais, pagão no viver, pagão na prática de cada dia, de cada hora — aceitar de Deus a segurança da salvação da alma e de Satanás o gozo da carne — será isto um belo sonho para quem não compreende o valor desta palavra sacrifício, será este o ideal da nossa sociedade sensual e burguesmente comodista (…).
    (…).
    (…) E, todavia, alguns milhares de burgueses, sem paixão e sem alma, ignorantes e gordos, conceberam tudo isto, confundiram tudo isto, casaram estes impossíveis, ligaram em abraço incestuoso Cristo e Satanás, uniram enfim os pólos e o equador, achatando o mundo, deslocando o globo — e a esta coisa sem nome se chamou racionalismo cristão, catolicismo liberal, relação do Estado e da Igreja — ignorância e absurdo!
    (…).
    A Igreja recusa esses auxiliares enganadores — porque aceitá-los é transigir, e ela não transige porque não pode e porque não deve.
    A Igreja é universal — é católica — o seu espírito é o absoluto. O que sai dela, o que não é dela, não é o indiferente … é o inimigo, é o escravo revoltoso, é a heresia. (…) será, enfim, a sociedade moderna filha legítima e obediente da Igreja cristã?
    Não é. A Cúria Romana o confessa. E que não o confessasse, sabíamo-lo nós de há muito. Se não é o filho, é o inimigo — se não é o Discípulo amado, não pode ser senão Judas o traidor!»

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