Política y caridad (y V)

Desde la aparición del “fenómeno liberal”, todos los Papas han querido orientar a los fieles católicos sobre la idoneidad del correcto ejercicio de la política y del poder político. Ya hemos visto los argumentos de Papas como Gregorio XVI, Pío IX, León XII, Pío X y Juan XXIII. El propio Pablo VI, en su “Octogésima adveniens” manifestaba que la política es una actividad en la que se exige vivir el compromiso cristiano al servicio de los demás.

            Por su parte, el Beato Juan Pablo II a propósito del Jubileo de los Gobernantes, Parlamentarios y Políticos mantenido en Roma los días 4 y 5 de Noviembre del año 2.000 ante 17.000 parlamentarios y gobernantes provenientes de 94 países no dudaba en afirmar que el cristiano que actúa en política, (y quiere hacerlo como cristiano), ha de trabajar desinteresadamente, no buscando su propia utilidad ni la de su propio grupo ó partido, sino el bien de todos y cada uno de los gobernados utilizando para ello la justicia como preocupación esencial. El espíritu de solidaridad, (que no es otro que el propio concepto de Caridad), es el único freno a la búsqueda de poder político y riqueza económica en un mundo globalizado que tiende a desentenderse de toda consideración moral, asumiendo como única norma la ley del máximo beneficio. Para ello es fundamental que la ley positiva, (la del llamado poder “legislativo” del Estado) no contradiga nunca a la Ley Natural, al ser ésta una indicación de las normas primeras y esenciales que regulan la vida moral. En la base de los valores no pueden estar provisionales y volubles “mayorías” de opinión, sino sólo el reconocimiento de una Ley Moral Objetiva que, en cuanto “ley natural” inscrita en el corazón del hombre, es punto de referencia normativa de la misma ley civil (Encíclica “Evangelium Vitae”).

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Política y caridad (IV)

Que la Iglesia Católica condene el Liberalismo y todas sus secuelas no quiere decir que, de igual forma, condene a la política y a los encargados de ejercer el poder político. Generalmente, cuando la Iglesia, mediante su Magisterio, opina sobre cuestiones de índole social siempre se la suele acusar de “inmiscuirse en cuestiones políticas” cuando la realidad es precisamente la contraria. Son los propios ejercientes del poder político quienes se inmiscuyen en cuestiones de índole moral para legislar y legalizar cuestiones completamente amorales e inmorales. De ahí que no todo lo legal tenga que ser necesariamente moral.

            Si, como decíamos en la primera parte de este artículo, la política es aquella actividad humana que tiende a gobernar en beneficio de toda la sociedad buscando para ello el bien común de la misma como expresión del amor del hombre con sus semejantes correspondiendo así al Amor Divino; es claro que el correcto ejercicio de la política conlleva unas dosis de Caridad que deben ser inherentes a la propia política. La ausencia de Caridad en la política liberal es precisamente el factor que lleva a los liberales a condenar a la Iglesia Católica cuando ésta ejerce su Magisterio al opinar sobre las cuestiones sociales. Y eso es lo que les duele porque, si bien necesitan de esas dosis de caridad, son incapaces de encontrarla dentro de su propio pensamiento. Sigue leyendo

Política y caridad (III)

Ese liberalismo de Rousseau, de Madame Staël, de Montesquieu, de Cavour e incluso de Robespierre es el mismo que el de Marx y de Hegel. El mismo de Lenin y de Stalin. El mismo de Cánovas y Sagasta. El de Churchill y Margaret Thatcher. El de Felipe González, Zapatero y Rubalcaba. El mismo de Suárez, Fraga, Aznar y Rajoy… Todos, absolutamente todos, se mueven como peces en el agua en esa corriente liberaloide que nació en los más sórdidos salones y logias de la masonería y que, con mayor ó menor virulencia tomó las calles del continente europeo al grito de ¡libertad!. Un modo de ejercer la política cuya forma ideal de gobierno es la República en los Estados pequeños y la Monarquía parlamentaria en los más grandes, que ya desde sus inicios mantuvo una sistemática persecución del Cristianismo y, en especial, de la Iglesia Católica con sus instituciones con una frívola desconsideración e incluso una imitación burlesca del orden moral divino.

            Este liberalismo es hijo de la Masonería y padre, a su vez, de otros muchos movimientos derivados de él como el Socialismo, el Comunismo, el Anarquismo, la Social Democracia Radical de Marx, la Monarquía Parlamentaria ó Constitucional y la “democracia moderna al estilo occidental”. De todos ellos, el Anarquismo es el más genuino exponente, mientras que todos los demás no son sino máscaras más o menos adulteradas y agradables en cuyo reverso late un fondo visceral y revolucionario. Ni que decir tiene que en ninguno de ellos existe la más mínima expresión de Caridad en el ejercicio del poder político en tanto en cuanto niegan la presencia de Dios en el ejercicio de la política. Para sustituir el concepto de Caridad, los gobiernos liberales inventaron otros conceptos como el de filantropía y el de solidaridad. Cualquier cosa antes de tener a Dios presente en las instituciones y en la forma de ejercer la política. Sigue leyendo

Política y caridad (II)

Desde que el nacimiento del liberalismo como forma “democrática” de lucha contra los absolutismos imperantes en la vieja Europa acabara con las formas propias de hacer política de cada nación, todas ellas volvieron su mirada a esa nueva panacea de forma de ejercer el poder político. Para ello, gran parte de los intelectuales de la época se sirvieron de la profunda incultura y el analfabetismo de un populacho ávido de modernidades y, en algunos casos (es el caso de la Francia revolucionaria), cansados de un modo de vida donde el Despotismo Ilustrado había relegado al ostracismo a la propia voluntad popular. Era aquello de “todo por el pueblo pero sin el pueblo”.

            Alimentados de ese veneno revolucionario donde se exaltaba el individualismo del hombre sobre el bien común de la sociedad, los llamados “representantes del pueblo” comenzaron a ejercer un tipo de poder político que, poco a poco, se fue alejando del propio sentir público. Con el disfraz de la soberanía popular, de la defensa de las libertades y de los derechos individuales de pensamiento, conciencia y asociación, de la división de poderes, de la libertad de prensa y opinión y de la ordenación del régimen político mediante una Constitución que encarnase a la soberanía nacional; el propio pueblo se fue auto sometiendo a un modo de ejercer la política donde el más mínimo atisbo de caridad comenzó a brillar por su ausencia. Sigue leyendo

Política y caridad (I)

Oí decir en cierta ocasión que el correcto ejercicio de la actividad política es, desde el punto de vista cristiano, una obra de caridad. Aquello que en un principio me desconcertó, (a primera vista no entendí qué tenía que ver una cosa con la otra), con el paso del tiempo se fue consolidando hasta llegar a ser una premisa fundamental y básica en mi modo de entender la política.

            Si partimos de la premisa de que la Caridad, como virtud teologal, es la viva expresión del amor del hombre para con sus semejantes como respuesta al Amor Divino, llegamos a la conclusión de que los cristianos tenemos la obligación de poner el amor en el centro de nuestras vidas. No es posible, por tanto, el ejercicio de la Caridad ni la vivencia del amor en un ámbito individualizado donde el hombre se auto contemple su propio ombligo. El Amor requiere un compromiso personal que demanda una entrega generosa tendente a paliar ó incluso a resolver las carencias del destinatario de nuestra caridad sin aguardar contraprestación alguna. Sigue leyendo

75º Aniversario del martirio de Antonio Molle

El día 10 de Agosto del presente año, la Comunión Tradicionalista Carlista conmemora el 75º Aniversario del martirio y muerte de Antonio Molle Lazo (arcos de la Frontera 1.915- Peñaflor 1.936). Para quien aún no conozca la vida y los martirios que sufrió Antonio Molle antes de morir, (cosa bien extraña para quien participe asiduamente en nuestro blog), recomendamos entrar en el enlace que dedicamos a su persona en nuestra página principal.

            Todos aquellos que conocemos su trayectoria en vida y los martirios que sufrió en los instantes previos a su muerte, no podemos sino tenerlo como ejemplo de cristiano, de católico y de carlista. Sigue leyendo