Acudiendo al artículo que D. Manuel Nieto de Nevares encabezó como ”El lado oscuro del voto”, me detengo en la brutal agresión perpetrada por ultraizquierdistas-aprendices de terroristas al consejero murciano, el mismo que ha dicho que no quiere más fascismo…
Avive el lector el seso y recuerde que antes que “fascista”, el calificativo empleado por la Revolución en España como denigración máxima era el de “carlista” o “carca”. Pero cuando el padrecito Stalin esgrimió la palabra italiana, halló una solución esplendorosa a todos los problemas del mundo. A partir de entonces “fascista” se convirtió en algo peor que maldecir a la madre o a los muertos.
El centro-reformista no iba a ser menos. Total, votó a favor de conceder la nacionalidad española a los terribles brigadistas internacionales….He ahí el gran pacto de nuestro tiempo: Capitalismo salvaje, progresía fanatizada y enésima crisis de la Revolución. Lo que en su día hicieron los “camisas nuevas” con la Zarzuela y el responsable de la masacre de Paracuellos. De aquellos polvos estos lodos. Y hasta los agredidos se niegan a llamar las cosas por su nombre, buscando un abstracto chivo expiatorio con el que marear la perdiz para esquivar la triste realidad, tal y como lo hizo Aznar con sus cantos de sirena y su camaradería hacia Pujol y Arzallus; y por supuesto, no van a cuestionar las jugosas subvenciones para esta suerte de grupúsculos. Contra eso tampoco parecen protestar los magnates financieros.
Duque de Monte Gordo
Hace algún tiempo me dijo un antiguo profesor de lengua que el carlismo era una especie de fascismo antiguo. Me quedé helado respecto a la incultura que se tiene de la idea reaccionaria. Y me di cuenta de una cosa, para el liberalismo político socialistoide, todo lo que no se acerca a su postura es fascismo, y el problema es que la gente cree que el fascismo es de derechas y sin embargo es tan revolucionario como el comunismo. Y de hecho, la gente no sabe que es la derecha porque el problema es que no existe. La derecha es un cliché.
En definitiva, el liberalismo se acerca mucho al fascismo, porque pretende meterse ideológicamente en la mente del individuo. La diferencia es que uno usa la fuerza como aditivo a la manipulación; y el otro el cliché, el insulto fácil y el electoralismo barato.