Había una vez un país muy lejano que, tras una cruenta guerra, estuvo treinta y seis años gobernado por un dictador que, aunque dictador, con sus pros y sus contras, había mantenido la paz en todo su territorio, había conseguido que sus habitantes viviesen en relativa armonía trabajando a una por levantar su diezmada sociedad y había preparado como sucesor a un “delfín” que creía formado a su imagen y semejanza.
A la muerte del dictador, la Revolución no perdió el tiempo e impuso en el país un nuevo sistema de gobierno llamado “democracia”, sistema partitocrático donde los valores morales comenzaron a brillar por su ausencia. Antiguos consejeros del dictador difunto abandonaron los uniformes que los identificaban con el extinto régimen y se zambulleron sin pudor alguno en los vericuetos del nuevo sistema. El terrorismo nacionalista comenzó a machacar a las fuerzas de orden público. La moralidad legislativa empezó a hacer aguas por todos los flancos. Los líderes revolucionarios exiliados retornaron con la misma fuerza con que, cobardemente, habían abandonado el territorio patrio. Algunos líderes religiosos hicieron al pueblo relajar sus piadosas costumbres de antaño y parte del ejército renegó de su antigua obediencia para mostrar fidelidad al nuevo sistema de gobierno. Para colmo, el “delfín” heredero cometió perjurio sobre todo lo que había jurado en vida del difunto dictador, amoldando su nuevo status a su propia conveniencia y a la de la Revolución. Todos parecían muy felices mientras los cimientos morales del país se desmoronaban poco a poco sin remisión. El pueblo, inculto y ajeno como siempre a los vaivenes del poder, sonreía ante la irreal libertad de la que creía hacer gala. Todo era nuevo y todo era bienvenido por muy grotesco y absurdo que pareciese. Y el “delfín” lo firmaba todo. Sigue leyendo
Tengo que confesar que oí hablar por primera vez de “El Yunque” hará cosa de dos meses. Para mí hasta entonces, su significado no había pasado de ser algo más que un instrumento de herrería, una parte del oído interno y el apodo de un “bailaor” de flamenco. Mi ignorancia sobre cualquier otro tipo de significado que pudiese adquirir este instrumento era, y aún hoy es, casi absoluto.
Acudiendo al artículo que D. Manuel Nieto de Nevares encabezó como ”El lado oscuro del voto”, me detengo en la brutal agresión perpetrada por ultraizquierdistas-aprendices de terroristas al consejero murciano, el mismo que ha dicho que no quiere más fascismo…
Mucho se ha hablado estos años, y se seguirá hablando, de terrorismo islamista. Mucho se ha hablado de Bin Laden, de Afganistan, de los talibanes, del integrismo musulmán, de chiíes, de suníes y de la yihad; pero todo lo que se ha hablado y escrito hasta ahora de estos temas no sobresalía del espíritu intrínseco de lo que es el mundo islámico y lo que se enseña en las madrassas a la voz del Profeta.
Muchos son los que se quejan de cómo los separatistas suprimen la bandera española allá donde (des)gobiernan. No obstante, ¿creemos que eso sólo pasa en Cataluña y Vascongadas? Pues no, también pasa más cerca de lo que pensamos. En Marinaleda por ejemplo, en la mismita cuenca del Genil. En aquella linda localidad lleva más de tres décadas un tal Sánchez Gordillo, que lo mismo va al “Diario de Patricia” que a La Sexta para demostrar que ni cumple con la ley ni con el deber; decorando su vasto despacho con banderas musulmanas, alguna bandera tricolor de tan triste recuerdo para el pueblo español y un pomposo retrato de Ernesto Guevara fumando un grande y costoso puro. Asimismo, este sujeto no oculta sus simpatías hacia todo grupúsculo terrorista de inspiración comunista y sobre todo, antiespañola. No en vano muchos gritaban aquello de “¡Viva Rusia!” in illo tempore, dejando claro que querían convertirnos en una colonia del imperio soviético. El odio a la Iglesia y el odio a la Hispanidad es lo que les une en una vertiginosa y esquizofrénica onda expansiva que parece arrastrarnos a todos.