Cuento para niños de 30 años

Había una vez un país muy lejano que, tras una cruenta guerra, estuvo treinta y seis años gobernado por un dictador que, aunque dictador, con sus pros y sus contras, había mantenido la paz en todo su territorio, había conseguido que sus habitantes viviesen en relativa armonía trabajando a una por levantar su diezmada sociedad y había preparado como sucesor a un “delfín” que creía formado a su imagen y semejanza.

            A la muerte del dictador, la Revolución no perdió el tiempo e impuso en el país un nuevo sistema de gobierno llamado “democracia”, sistema partitocrático donde los valores morales comenzaron a brillar por su ausencia. Antiguos consejeros del dictador difunto abandonaron los uniformes que los identificaban con el extinto régimen y se zambulleron sin pudor alguno en los vericuetos del nuevo sistema. El terrorismo nacionalista comenzó a machacar a las fuerzas de orden público. La moralidad legislativa empezó a hacer aguas por todos los flancos. Los líderes revolucionarios exiliados retornaron con la misma fuerza con que, cobardemente, habían abandonado el territorio patrio. Algunos líderes religiosos hicieron al pueblo relajar sus piadosas costumbres de antaño y parte del ejército renegó de su antigua obediencia para mostrar fidelidad al nuevo sistema de gobierno. Para colmo, el “delfín” heredero cometió perjurio sobre todo lo que había jurado en vida del difunto dictador, amoldando su nuevo status a su propia conveniencia y a la de la Revolución. Todos parecían muy felices mientras los cimientos morales del país se desmoronaban poco a poco sin remisión. El pueblo, inculto y ajeno como siempre a los vaivenes del poder, sonreía ante la irreal libertad de la que creía hacer gala. Todo era nuevo y todo era bienvenido por muy grotesco y absurdo que pareciese. Y el “delfín” lo firmaba todo. Sigue leyendo

Algo sobre el Yunque

Tengo que confesar que oí hablar por primera vez de “El Yunque” hará cosa de dos meses. Para mí hasta entonces, su significado no había pasado de ser algo más que un instrumento de herrería, una parte del oído interno y el apodo de un “bailaor” de flamenco. Mi ignorancia sobre cualquier otro tipo de significado que pudiese adquirir este instrumento era, y aún hoy es, casi absoluto.

            Todo empezó cuando un amigo carlista puso en cuarentena mi opinión sobre algún conocido común.

–          Ten cuidado, porque me parece a mí que ese es del Yunque… – me dijo.

–          ¿Y qué diablos es el Yunque?. – pregunté yo.

Tras unas breves pinceladas de explicaciones muy cortas, mi amigo hizo que surgiese en mi interior la curiosidad sobre el tema y sobre el perfil del “conocido” común. Cuando me senté en mi despacho me sumergí en esa terrible arma que es internet deseando ampliar mis conocimientos sobre el férreo instrumento y cuál no sería mi sorpresa que casi todos los enlaces que contenían la palabra “yunque” hacían referencia a las explicaciones de mi amigo. Sigue leyendo

Fascismo

Acudiendo al artículo que D. Manuel Nieto de Nevares encabezó como ”El lado oscuro del voto”, me detengo en la brutal agresión perpetrada por ultraizquierdistas-aprendices de terroristas al consejero murciano, el mismo que ha dicho que no quiere más fascismo…

Avive el lector el seso y recuerde que antes que “fascista”, el calificativo empleado por la Revolución en España como denigración máxima era el de “carlista” o “carca”. Pero cuando el padrecito Stalin esgrimió la palabra italiana, halló una solución esplendorosa a todos los problemas del mundo. A partir de entonces “fascista” se convirtió en algo peor que maldecir a la madre o a los muertos.

El centro-reformista no iba a ser menos. Total, votó a favor de conceder la nacionalidad española a los terribles brigadistas internacionales….He ahí el gran pacto de nuestro tiempo: Capitalismo salvaje, progresía fanatizada y enésima crisis de la Revolución. Lo que en su día hicieron los “camisas nuevas” con la Zarzuela y el responsable de la masacre de Paracuellos. De aquellos polvos estos lodos. Y hasta los agredidos se niegan a llamar las cosas por su nombre, buscando un abstracto chivo expiatorio con el que marear la perdiz para esquivar la triste realidad, tal y como lo hizo Aznar con sus cantos de sirena y su camaradería hacia Pujol y Arzallus; y por supuesto, no van a cuestionar las jugosas subvenciones para esta suerte de grupúsculos. Contra eso tampoco parecen protestar los magnates financieros.

 Una vez más hemos de recurrir a los Evangelios: "Sea pues vuestra palabra: Sí, sí; no, no. Lo que se diga de más proviene del maligno" (Mt. 5,37). En combinación con la sapiencia del refranero, añadiremos que al pan, pan y al vino, vino. Contra cobardes agresiones, con las cosas claras y el chocolate espeso. Contra el odio comunista-separatista y contra el liberalismo que nunca ha dejado de amparar sus tropelías.

 

Duque de Monte Gordo

La Caja de Pandora

Mucho se ha hablado estos años, y se seguirá hablando, de terrorismo islamista. Mucho se ha hablado de Bin Laden, de Afganistan, de los talibanes, del integrismo musulmán, de chiíes, de suníes y de la yihad; pero todo lo que se ha hablado y escrito hasta ahora de estos temas no sobresalía del espíritu intrínseco de lo que es el mundo islámico y lo que se enseña en las madrassas a la voz del Profeta.

            Hasta ahora, todos los sucesos del 11-S, del 11-M, del terrorismo suicida, de los aviones kamikazes y de las guerras iraquíes y afganas habían sido episodios esporádicos. Tristes, terribles, execrables y condenables desde todos los puntos de vista, pero esporádicos en definitiva.

            Estos días nos despertamos al toque de corneta de la revolución “democrática” en el mundo árabe. Es como si una nueva “tormenta del desierto” con afanes revolucionarios de espíritu occidental hubiese cimbreado los cimientos de la cultura de Averroes con el ánimo de descarnarla de su impronta feudalista para integrarla de golpe en la torre de Babel liberal que infectó a Europa en el siglo XIX, y esto es peligrosísimo.

Siempre se ha hablado de China como el gigante asiático hasta el punto de existir la recomendación popular de “no despertar al dragón dormido” con corrientes extranjeras por el peligro que ello conllevaría para el mundo occidental dado su enorme bagaje cultural y su carácter de potencia mundial en la sombra. No ha hecho falta despertarlo. Se ha despertado él solito y la prueba la tiene Occidente en la “invasión pacífica” que sufre plácidamente en estos momentos la economía europea y americana, llena hasta las trancas de tiendas de conveniencia regentadas por orientales. Evidentemente, África no le interesa nada a los chinos porque no van a sacar tajada económica de ella. Sigue leyendo

Sánchez Gordillo y compañía

Muchos son los que se quejan de cómo los separatistas suprimen la bandera española allá donde (des)gobiernan. No obstante, ¿creemos que eso sólo pasa en Cataluña y Vascongadas? Pues no, también pasa más cerca de lo que pensamos. En Marinaleda por ejemplo, en la mismita cuenca del Genil. En aquella linda localidad lleva más de tres décadas un tal Sánchez Gordillo, que lo mismo va al “Diario de Patricia” que a La Sexta para demostrar que ni cumple con la ley ni con el deber; decorando su vasto despacho con banderas musulmanas, alguna bandera tricolor de tan triste recuerdo para el pueblo español y un pomposo retrato de Ernesto Guevara fumando un grande y costoso puro. Asimismo, este sujeto no oculta sus simpatías hacia todo grupúsculo terrorista de inspiración comunista y sobre todo, antiespañola. No en vano muchos gritaban aquello de “¡Viva Rusia!” in illo tempore, dejando claro que querían convertirnos en una colonia del imperio soviético. El odio a la Iglesia y el odio a la Hispanidad es lo que les une en una vertiginosa y esquizofrénica onda expansiva que parece arrastrarnos a todos.

 

Empero, no todo está perdido, por más que quieran Sánchez Gordillo y compañía. El carlismo defiende la vida, y mientras hay vida hay esperanza, y nosotros tenemos rojos y gualdos los corazones que unimos a una borgoñona cruz. Nuestra unión contra su odio, nuestro auténtico pueblo contra su asfixiante tiranía.

 

Duque de Monte Gordo