Es un hecho cierto que a todos los católicos nos “choca” la nueva festividad importada de Estados Unidos para la víspera del día de Todos Los Santos. Pero, además, a los católicos que somos padres de niños pequeños, no sólo nos choca, sino que nos preocupa enormemente.
Festividad de nacimiento pagano con reminiscencias celtas, basa su origen en la creencia de que la línea que une el mundo de los vivos con el de los muertos se difuminaba permitiendo a los espíritus (tanto benévolos como malévolos) pasar de uno a otro. Los ancestros familiares eran invitados y homenajeados mientras que los espíritus dañinos eran alejados mediante el uso de máscaras. El propósito de estas era adoptar la apariencia de un espíritu maligno para evitar ser dañado. Otra práctica común era la invocación por parte de los druidas a su dios Samagin ó “señor de la muerte” con fines adivinatorios.
Durante la romanización de Britania, la festividad fue asimilada por las propias tropas romanas que ya celebraban los últimos días de octubre y primeros de noviembre otra fiesta pagana conocida como “Fiesta de la cosecha” en honor a Pomona, diosa de los árboles frutales; hasta que en el Siglo VIII, el Papa Gregorio III la declara oficialmente como fiesta PAGANA y, posteriormente su sucesor, Gregorio IV instaura el día 1 de Noviembre como el Día de Todos los Santos. Con posterioridad, en el año 998, San Odilón, monje benedictino y V Abad de Cluny en Francia, instituyó el día 2 de Noviembre como Día de los Fieles Difuntos. Sigue leyendo