Adviento carlista

A estas alturas de la Historia a nadie se le escapa que el Carlismo es un movimiento político, yo diría más bien que es un modo de entender la vida y de comportarse en sociedad, que basa su doctrina en un cuatrilema fundamental en cuya cúspide se sitúa a Dios sobre todas las cosas. Es por ello que, como católicos, fundamentamos nuestra postura social, moral y personal en la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo y en el Magisterio de la Iglesia Católica. A partir de ahí se abre un amplio abanico doctrinal que ha llevado a los carlistas a ser en la actualidad el único movimiento político que lleva a Cristo por fundamento en su Ideario y a la Tradición Hispánica como complemento en la forma de entender los sistemas de gobierno de nuestra sociedad. Quizás por eso nos hayamos quedado solos en nuestro empeño.

            Los carlistas, como todos aquellos otros católicos que se precien de serlo sin complejos, celebramos en estas fechas los días de Adviento. La palabra Adviento proviene del latín “adventus” que significa “por venir”, (“adventus Redemptoris” = “venida del Redentor”), y es por ello un tiempo de preparación, de reflexión, de espera vigilante. Es tiempo de esperanza y de vigilia, de meditación y de alegría. Cristo va a nacer. Sabemos que va a nacer y debemos estar preparados para ese momento.     Pero hay algo que nos caracteriza a los carlistas si nos comparamos con el resto de los fieles católicos: Si en el aspecto religioso vivimos el Adviento en toda su magnificencia y damos sentido pleno a Dios como eje principal de nuestras vidas y primer y supremo fundamento de nuestro cuatrilema, en los otros tres basamentos del mismo, (Patria, Fueros y Rey), hacemos agua en determinados momentos. Y lo malo es que esos “determinados momentos” se han convertido en demasiados con el paso del tiempo. Si en lo que nos une a Dios sabemos la duración del Adviento Cristiano porque sabemos la fecha en que Cristo nace en nuestros corazones de católicos, se diría que en el resto fundamental de nuestra doctrina vivimos en un “adviento constante” e ilimitado en el tiempo ante la restauración de la Patria, de los Fueros y del Rey.

            El sistema liberal se cargó la esencia de estos conceptos hace ya mucho tiempo y, evidentemente, no entra en sus cálculos la restauración de los mismos. En multitud de ocasiones he oído decir a muchos correligionarios que los carlistas somos “providencialistas”. Y es cierto. Pero no es menos cierto que no podemos limitarnos en ser sólo providencialistas. No podemos llegar a convertirnos en emular al William Wallace de Braveheart que guardaba su espada en el cañizo de su choza esperando el momento providencial de combatir a la siempre explotadora monarquía inglesa. No debemos consentir que nuestra espada se oxide por mor de la inclemencia política ambiental. Y lo que es más importante, no podemos permitirnos la licencia de perder la espada ni de olvidar decirle a nuestros hijos el lugar donde debe encontrarse siempre dispuesta y afilada para el combate. Cantamos en nuestro Oriamendi que “cueste lo que cueste, se ha de conseguir…” y, actualmente, hacemos muy poco por conseguirlo. Más bien parece que, en ocasiones, estamos esperando que ese logro se consiga sólo para empezar a dar los pasos determinantes. Estamos confiando en un momento “providencial” sin poner todo nuestro empeño en buscarlo.

            Cristo cargó con Su cruz para redimir al Mundo y el Niño Jesús que nacerá en unos días tiene preparada, como gráficamente se ve en la foto que acompaña a este artículo, para cada uno de nosotros una Cruz que nos acompañará el resto de nuestras vidas. La CRUZ del carlista es la consecución del Reinado Social de Cristo en la Tierra y la restauración de la Tradición Hispánica en el modo de ser gobernados; y para eso no podemos ser “providencialistas”. No podemos esperar que la Providencia nos entregue esa Cruz. Debemos dar un paso adelante y tomarla por nosotros mismos y ya corresponderá, en su momento, a la Providencia, ayudarnos en el buen fin de nuestra batalla. Cada uno de nosotros sabe cuánto pesa la carga de su Cruz y a cuánto tenemos que renunciar para abrazarla. Podemos engañarnos a nosotros mismos, pero jamás podremos engañar a Aquél que nos la entrega. Tenemos nuestra responsabilidad de llevarla en nuestros hogares, con nuestros hijos, en nuestros trabajos, pero también en la calle, en los medios de comunicación quien tenga acceso a ellos, en la vida pública, en nuestras hermandades, en nuestros círculos de amistades, en nuestras comunidades de vecinos, en nuestros Consejos escolares, en nuestros claustros de profesores, en el modo de gobierno de nuestras empresas, en nuestras asociaciones de padres de los colegios, en nuestras parroquias, en nuestros clubs recreativos y en todos aquellos centros y actividades públicos ó privados donde nos desenvolvamos a diario. Tenemos que descargar nuestra mochila de todo lo que suponga vergüenza, comodidad ó cobardía por ejercer como carlistas. Tenemos que participar en todo, debatir, polemizar y rebatir con argumentos todo lo que ataque y niegue nuestra Doctrina y nuestro Ideario. Tenemos, en definitiva, que meterle fuego al cañizo donde se guardaba la espada y pulirla y abrillantarla a ojos del Mundo. Quizás entonces, y sólo entonces, la larga travesía del desierto en que está sumida el Carlismo se recorte en el tiempo. La deplorable situación económica, moral, política y social por la que atraviesa España nos invita a dar ya el paso requerido. Quizás la Providencia nos esté invitando ya a acortar nuestro “adviento político” y algunos no somos todavía capaces de oír Su llamada.

 

Manuel Nieto de Nevares.

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