Desmontando mitos: Andalucía liberal (3)

Proseguimos con la serie de entradas dedicada a acabar con el mito de que nuestra región fue mayoritariamente liberal, motivo por el que, según la oficialidad historiográfica, el Carlismo no tuvo arraigo en Andalucía.

En esta ocasión traemos el texto de un historiador contemporáneo, Francisco  Aguilar Piñal, que en su obra Historia de Sevilla (1982) relata la acogida que en esta ciudad tuvieron las ideas revolucionarias que vinieron con la Ilustración. Dice así: “Sevilla es una ciudad reaccionaria, alérgica a modificaciones sustanciales en la tradicional forma de vida hispánica, que ella encarna de manera singular. Frente a los intentos de reforma ilustrada que aquí se llevan a cabo con el respaldo o el consentimiento del gobierno; frente al empeño renovador de algunos sevillanos que desean participar en la evolución cultural e ideológica de Europa, se alzan las voces de quienes defienden a ultranza un mundo estático, definitivamente anclado en el puerto de la verdad social, cultural y religiosa”.

 Dejando a un lado las cargas valorativas que pueda incluir el texto y las interpretaciones que puedan hacerse de lo que se entienda por “reaccionario”, “estático” o “renovador”, lo cierto es que parece que no era precisamente nuestra región muy proclive a la introducción de las ideas extranjeras, importadas en España por gente cerril, maravillada por los aires que corrían por Europa y que despreciaba nuestras seculares formas de vida, costumbres y pensamiento  tradicionales.

 ¿Por qué entonces, con una sociedad tan tradicional, el fracaso del primer Carlismo en Andalucía? Lo venimos diciendo en los artículos anteriores: a causa de la brutal represión que desde el poder establecido se empleó contra todos aquellos que osaron defender los derechos al Trono del Rey legítimo, los derechos de la Santa Religión y los derechos del pueblo frente al liberalismo deshumanizador. El hecho de simpatizar con los carlistas suponía la cárcel, y el proferir algún grito contra Isabel II o contra la Constitución en el peor de los casos acarreaba la pena de muerte y en el mejor varios años de presidio. Y como muestra de esa represión, de nuevo, baste algún botón:

Juan Mateo Márquez, natural de Arquerosa (Granada) y donado en el Convento de los Terceros de San Francisco, de Sevilla, fue ahorcado el 10 de abril de 1834 acusado de alta traición “por haber atentado contra los Reales Derechos de S. M., infamando al difunto Rey Fernando VII y ofendiendo gravemente el honor, decoro y respeto de la reina Gobernadora y de su augusta hija”. Como puede verse, una respuesta bastante proporcionada a la “agresión”.

Del mismo tipo se pueden citar los casos de Manuel Fernández Caro, condenado a cuatro años de presidio por proferir públicamente en Osuna (Sevilla) gritos de ¡Muera Cristina!, y del grupo de personas que fueron detenidos y procesados cuando con ocasión de la procesión del Corpus en Sevilla vitorearon a Carlos V.

Tal cual se ve, el liberalismo español, tan tolerante y adalid de la libertad de expresión, se ajusta a la perfección a aquella frase atribuida a Voltaire: “proclamo en voz alta la libertad de pensamiento, y muera el que no piense como yo”.  El “muera”, en Andalucía, se dedicaron a aplicarlo literalmente.

Continuaremos.

3 comentarios en “Desmontando mitos: Andalucía liberal (3)

  1. Pingback: Anónimo

  2. Vaya, vaya, con los liberales. ¡Y sigo leyendo en «ABC» que la Pepa nos trajo la libertad, como nos la trajo Juan Carlos! En este par de siglos nos lo han demostrado con creces, sobre todo cuando Aznar decía que España iba bien. Y tan bien….
    Si la memoria no me falla demasiado, ¿no decía Melchor Ferrer que la primera revuelta carlista de Sevilla fue organizada por un sacristán, un marqués y un trabajador del puerto? La verdad es que esto es muy interesante. Es una historia viva que nos han querido ocultar, pero acabarán hablando hasta las piedras.

  3. No recuerdo que Melchor Ferrer contase eso que mencionas en su Historia del Tradicionalismo Español. De todas maneras voy a buscarlo. Igual lo comentaba en persona, y no por escrito.

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